PARÁBOLAS DE
JESÚS: EL BANQUETE DE BODAS. Reflexión cuarta
En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
Lectura del
santo Evangelio según san Lucas 14, 16-24: “Dijo el señor al siervo: -Sal a los
caminos y veredas, y oblígalos a entrar hasta que se llene mi casa. Porque os
digo que ninguno de aquellos invitados probará mi banquete”.
¿Qué podemos seguir afirmando del Señor que continúa
invitando al banquete por tercera vez?
© La importancia
que tiene para él el que todos participemos del mismo.
© Que amplía la
invitación a los de fuera.
© Que los que no
la han aceptado no pueden probar el banquete, como es lógico, porque no van a
estar presentes.
Reflexión. El
Señor, en este final de la parábola,
muestra tanto interés en que aceptemos el banquete-salvación que nos
ofrece a través de su Hijo Jesús, que hasta parece se contradice, pues por un
lado afirma que ninguno de los que lo rechazaron participará de él y por otro
pide al servidor que vaya y obligue a que asistan y se llene su casa para que
no quede ningún hueco vacío. Es como el grito de amor del Padre que quiere
tener a todos sus hijos en su casa, disfrutando de todo lo suyo. ¿Caemos en la
cuenta de este amor y de esta insistencia en que vayamos a su banquete? ¿Será
porque nos perdemos el construir ese mundo nuevo que Jesús soñaba para todos ya
aquí? ¿Se nos puede ocurrir pensar que la felicidad del Señor es sólo para la
eternidad? Estaríamos muy equivocados y no habríamos entendido el testimonio de
vida de Jesús que fue auténticamente feliz a pesar de sufrir envidias,
rechazos, golpes y la crucifixión. (Breve silencio para reflexionar y
compartir).
Oración. Señor,
en esta parábola, tú casi pareces un pobre pidiéndonos una y otra y otra vez
que asistamos a tu banquete. Como si te
fuera la vida en ello más que a
nosotros. Pero no es así, pues los que perdemos, en el caso de no oír ni
aceptar, somos nosotros. La diferencia
está en que tú eres amor y amas y por eso nos buscas y nos ofreces tu misma felicidad y nosotros nos
miramos casi exclusivamente a nosotros mismos en vez de a ti y a los demás.
Ayúdanos pues, a ser de los que deseamos vivir en la casa común de tu Reino
donde todos somos más iguales y felices. Amén.